Perdió el control, sabía que no había hecho lo correcto, pero no sintió remordimiento, y su filosofía siempre fue no arrepentirse si se sintió bien. Luego llegó a los extremos de desear que sucediera nuevamente.
El vehículo la llevó a su casa y dada la hora, se preparó para dormir y al acostarse rosó tímidamente sus labios con su dedo índice y sonrío. Perdió el control...
En la lucidez de la mañana se hizo a la idea de dejar pasar aquel suceso, no se volvería a repetir, y peleó por ello al día siguiente y al siguiente. Lamentablemente no estaba solo en sus manos.
El suceso convirtió la amistad en saludos tímidos, en conversaciones cortas en distancias incómodas, en presencias tentadoras hasta que asumió la responsabilidad y se alejó del todo.
De pronto un día acudió a un concurrido encuentro y vio entre los presentes un rostro que le heló la nuca, y le detuvo el corazón un mili segundo, a partir de allí trato de ser sigilosa, cauta, responsable pero repito, no sólo estaba en sus manos, él también sabía perder el control.
Ella buscó excusas para mantener la distancia y se dirigió a la mesa de los bocadillos, tomó un plato, alcanzó a colocar dos galletas sobre ésté y lo soltó... Se llevó las manos a los labios y cuando sintió todas las miradas encima se precipitó a recoger los restos dispersos de la loza que acababa de romper. Para entender lo que había pasado alzo la mirada y sus ojos se cruzaron con los de él. Supo que no había podido escapar, él le había robado un beso esta vez...