sábado, 30 de junio de 2012

Sovereign Light Café




Strangeland es el nombre del cuarto álbum de estudio de la banda Británica Keane del que se desprende Sovereign Light Café como tercer sencillo. Ésta canción ha inspirado al novelista William Boyd para crear una historia corta homónima. He aquí una interpretación de la misma.


 Nota: para leer el original da click aquí

Sovereign Light Café

Bethany Mellmoth corre por la estación Victoria, tratando de no verse angustiada pero probablemente falle, piensa. Mira hacía atrás, preguntándose si Demerson, de alguna manera se las arregló para seguirla, pero no puede ver a nadie entre la apretada muchedumbre de atareados pasajeros. Echa un vistazo a los horarios de salida buscando destinos. Trenes que estén por salir a diferentes rumbos. Ella mira: "Hastings". Salida en tres minutos. "Battle en Hastings". War. 1066. Ha dado en el blanco. Es para mí. Compra un boleto. Corre a la plataforma.

Ella había regresado a casa, a pesar suyo, para preparar la despedida de soltera de su madre. ¿Por qué una mujer de cincuenta y tres años querría una despedida de soltera, si su primer matrimonio (del cual nació Bethany) había resultado ser un grave y desgraciado "choque de trenes"? Tocó el timbre y Demerson atendió. Demerson, 35 años, elegante y exageradamente perfumado vestido en su bata de baño,  próximamente su padrastro. "Hola, Bethany" dijo. "Tu mamá salió"

En el tren a Hastings Bethany pagó por un boleto sencillo, hasta la última estación a Hastings £32 –Mierda se había dejado £4 y algo de cambio. Y sin móvil. ¿Cómo pudo haber salido sin el móvil ¿Cómo iba a funcionar –a vivir? No importa, se dice a sí misma, estás a salvo, es lo que importa Demerson no puede seguirte. Nunca sabrá que tomaste un tren a Hastings.

Bethany fue a su habitación y miró sus vestidos colgando en el armario. Tomó el rojo – el Coco Fennell – y lo dejó sobre la cama. Ahora ella tenía un apartamento propio, debía llevarse sus cosas – especialmente sí Demerson viviría allí en un futuro–, en la "casa familiar". A ella le agradaba Demerson – era amigable, alegre – pero deseó que su madre no se casara con él. De cualquier forma, fue franca consigo, no es tu vida – es la de tu madre. Ella tenía que recorrer su propio camino y debía dejar el nido de una vez y para siempre – tenía 23 años, ¡por Dios!. Tenía que dejar de volver a casa. Tal vez este matrimonio era una especie de bendición después de todo – la mantendría lejos – haciéndola realmente independiente, por fin. Se quitó la ropa y se probó el vestido rojo. Se veía bien. Estúpido cierre. Cómo te atreves – Demerson entró a la habitación sin tocar. "No te preocupes Bethany, yo te ayudo a subirlo. Muy bonito vestido. Sexy".

Después de Haywards Heath, hacía el sureste, los nombres se vuelven extraños, como si se estuviera entrando a un país extranjero. Este tren parece detenerse en cada estación, piensa. Plumpton, Lewes, Polegate, Pevensey y Westham, Cooden Beach. Es como si hubiese caído en el agujero de un conejo y llegase a esa extraña Inglaterra de juguete, se dice a sí misma. Deja ir su frente hacía la ventana fría y mira el paisaje del atardecer. Tratando de no llorar.

Demerson subió su cierre y antes que ella pudiera decir "Gracias" él tocaba sus pechos abrazándola desde atrás, acercándola hacia él. "Me gustas mucho, Bethany", murmuró en su oído, y besó su cuello. Bethany pensó: Éste es mi futuro padrastro. "Eres hermosa, encantadora, Bethany", dijo, acariciando su cabello mientras ella luchaba, a toda voz, gritando, "¡Vete a la mierda, Demerson!"

El tren se detiene de nuevo, pareciera que han sido doscientos metros desde la última estación. Ella ve el letrero, borroso, a través de sus lágrimas: BEXHILL–ON–SEA. Piensa inmediatamente – Aquí me bajo. Este es el lugar para mí. De pronto, se siente segura.

En su lucha, Bethany consiguió liberar su brazo derecho y por inercia, giró repentinamente golpeando con su codo a Demerson en un lado de la cara. Él cayó de repente como si hubiese sido derribado por una pistola, gritando, maldiciendo a toda voz. Ella retrocedió. Él estaba sobre sus manos y rodillas, moviendo la cabeza. A ella le dolía su codo – debí haberle pegado en la nuca, pensó, en un momento de lucidez. Knock out. Le vio desplomarse, y entonces volvió en sí. Él trato de pararse pero ella ya había salido de la habitación, azotando la puerta tras de sí. Escalera abajo, se dio cuenta que había olvidado el bolso, el móvil y su cartera en la habitación. Abrió de golpe el cajón de la mesa del vestíbulo, donde su madre dejaba dinero a la señora de la limpieza. Tomó algunos billetes y monedas. Agarró su abrigo, escuchó la puerta abrirse y Demerson salió. Él gritaba mientras bajaba "¡Te atraparé, Bethany! ¡Te encontraré!" Entonces se fue. Ya afuera, tomó Hollywood Road, corriendo a la estación del metro en Fulham Broadway. Sin mirar atrás.

Bethany dejó la estación en Bexhill–on–Sea y camina hacia Eversley Road, instintivamente yendo hacia la costa, el mar. Al pasar por una cabina telefónica recuerda lo que ha pasado. Su madre y sus amigos se encontraran en un Bar karaoke en Putney. Bebidas, aperitivos, canciones. Entra en la cabina, marca al móvil de su madre apretando la preciosa moneda de una libra. "Habla Alannah Mellmoth. Por favor deje un mensaje después del tono" Ella piensa rápido. "En verdad, en verdad, lo siento mamá, no puedo llegar esta noche…". Improvisa. "Sholto enfermó. Tengo que llevarle al hospital, llamaré después. Te amo". Bip-bip–bip, Sholto su más viejo amigo – él hará cualquier cosa que ella diga, ayuda incondicional. Ella cuelga. No es el momento para decirle a su madre sobre su futuro esposo.

Mientras corría a Fulham Broadway seguía pensando que podía oír pasos corriendo tras de ella. ¿Pudo Demerson seguirla tan rápido? Seguramente no. Se detuvo y miró hacia atrás – ¿era él? – corrió por la estación hacía el final de la plataforma. Ni una señal. Un tren arribó pero ella aguardó hasta el último momento, agachándose entre las puertas automáticas mientras se cerraban. No – debí haberle perdido.

Bethany permanece al final de Albany Road y mira asombrada De La Warr Pavilion. ¿Qué hace este enorme y extraordinario edificio frente a esta insignificante costa? Como si una nave espacial tipo Art–Deco hubiese aterrizado – cómo en esa película ¿Cómo se llamaba? ¿Alíen? No. Sí, Alíen, la primera. Ella entra y encuentra los baños para damas afuera del recibidor. En una casilla se sienta sobre el retrete dejando salir sus lágrima, en silencio, le tiemblan los hombros. Se tranquiliza a sí misma. Estás a salvo – no necesitas hacer nada. No pienses, niña, no pienses, se dice a sí misma. Sólo deja que todo continué su curso por una hora o más. Revisa su dinero. 3.77 libras. Tiene hambre. Deambula por recibidor un rato y entra en una tienda, fingiendo mirar postales y la mercancía. Toma un folleto gratis: "La guía oficial de Bexhill–on–Sea. Cuna del Automovilismo Británico". Lo desliza a su bolsillo y camina hacia la avenida.
Bethany caminó hasta el West Parade, la playa empedrada y el tranquilo mar gris a su izquierda, en el cielo comienza a desvanecerse la luz y a caer la noche Ella imagina a su madre en el Bar karaoke– será la primera que cante, "I can’t get no - satisfaction". Bethany sonríe, sin querer: su madre piensa que tiene una gran voz – y no es así – y siempre presume que Bethany heredó su talento como cantante. En una ocasión, cuando Bethany le dijo que iba a unirse a una banda como vocalista– una banda techno–folk, y así fue – ella vio los celos de su madre como un brillo verde en sus ojos. Intenta no pensar en su madre. ¿Cómo va a decirle sobre Demerson? ¿Qué es lo mejor en éstos casos? "Mamá, por cierto, tu futuro marido intentó cogerme". Bethany siente el enojo en su boca. Se soba el codo amoratado. Espera que la cabeza de Demerson este dolorida, palpitando y con moretones– tal vez le dejó un ojo negro. Bien. Palpa su bolsillo, sin pensarlo buscando el paquete de cigarros. Allí no están. En su bolso en la habitación. Necesita un cigarrillo – que mal.

El Sovereign Light Café, ahí pone. Una pequeña cafetería con forma de caja de madera en el Parade con pocas sillas y mesas de aluminio afuera. Bethany se pasea al rededor y mira hacia adentro. Revestimientos de madera pintados de un amarillo cremoso con persianas purpura, dos o tres clientes inclinados sobre sus tazas de té. Ella tiembla – Anochece y las ventanas del Sovereign Light Café brillan con una cálida luz sobrenatural en la penumbra que avanza.

Demerson nunca la miró de manera insinuante – de esa forma en la que los hombres te miran cuando piensan que no sabes lo que están pensando, pero lo sabes. No había nada en su comportamiento con ella que le hiciera sospechar o que hiciera incomoda su compañía. Un hombre regordete, bien parecido que tenía un negocio de limpieza de ventanas– así es como su madre lo conoció. Él y su equipo limpiaron las ventanas del piso de oficinas donde estaba la de ella. Bethany pensó, no es más que otra aventura – su madre se sentía atraída por hombres extranjeros– pero se equivocaba, esta vez era algo serio. Cualquier nacionalidad estaba bien para su madre – no era quisquillosa – en tanto el hombre no fuera ingles. Ella tuvo un novio griego, uno ghanés, uno croata, y dos españoles. Bethany imaginaba que era una forma inconsciente de estar a su ex–esposo inglés – o de borrar los recuerdos de él con todos esos hombres extranjeros, tan diferentes.

Bethany vaga alrededor del Sovereign Light Café – tal vez esa es la respuesta – debería llamar a su padre, pedirle consejo. Pero su padre está en Los Ángeles y no tiene móvil y sólo posee £3.77 en su bolsillo. Ella se detiene frente a un pizarrón y mira la lista de emparedados en oferta. Ham Mustard Tom. Egg Mayo. Brie Cranberry. Cheese. Crab Sticks Mayo. Pan Blanco o Integral. Siente que se le hace agua la boca y entra.

Hay un tipo joven limpiando el área de servicio. "Estamos por cerrar" dice, sin mirarla. qué descortés, piensa Bethany. "Una taza de té para llevar y un Kit–Kat, dice". Él la mira y ahora parece interesado. Ella se da cuenta que debe verse algo excéntrica con abrigo negro y su vestido rojo aquí en el West Parade en Bexhill–on–Sea. El hombre es moreno – delgado, casi enjuto – se le ve muy fatigado, sus ojos sombríos. No se ha afeitado en días. Le sirve té y le pasa un Kit–Kat Ahora sonriendo amigable. Ella le paga. Ahora tiene menos de dos libras. "Hora de cerrar, caballeros", dice él a los clientes. Tiene un ligero acento. Él viste pantalones de chef a cuadros y suecos con su sudadera. Así es como debe verse un chef agotado. Muchas drogas, piensa ella, cuando pasa junto a él, diciendo. "Buenas noches. Adiós".

Bethany bebe a sorbos su té caliente de su vaso desechable y camina cerca del Sovereign Light Café. El tipo joven baja las persianas y las luces se apagan. En la parte trasera hay una silla de aluminio destrozada cerca de un contenedor. Bethany se sienta en la silla –es inestable, pero se sostiene. Sube el cuello de su abrigo y se come el Kit-Kat. Casi se siente normal – aparte de la briza del mar el aire de finales de primavera es suave. Toma un gran sorbo de té caliente. Mira hacia el océano y, en la oscura línea donde el agua se encuentra con el cielo al horizonte, ella ve un poderoso destello de luz– a la distancia. La puerta trasera se abre y el chef sale. Él la mira. "¿Que estás haciendo ahí?" le dice, cerrando la puerta tras de si. Él viste una chamarra de piel gruesa con capucha , vaqueros y tenis, se cambió el atuendo de chef, carga una bolsa de plástico no hay duda que contiene sus suecos y sus pantalones a cuadros. "¿Ninguna ley prohibe sentarse en una silla, o sí?" dice Bethany, a la defensiva. Él se encoge de hombros y busca en su bolsillo, saca un paquete con diez cigarrillos. "¿Me das uno?" pregunta Bethany. "Por favor. Te lo agradecería demasiado". Él enciende su cigarrillo después el de él "¿De dónde vienes?" dice él. Bethany decide contarle. "huí de Lóndres" dice ella. "Un hombre me atacó – estoy ocultandome" El chef la mira de cerca. "Odio Londres" dice, simplemente, como si eso cubriera cada posible situación incómoda, como si lo explicara todo. Él se recarga en la pared del café. "Si, trabaje ahí por un tiempo, "le sonríe. "No me gusta, querida. Prefiero estar al lado de la playa, en serio" La sonrisa le hace ver diferente por un momento, el cansancio se ha ido. Él tiene los dientes blancos y parejos – Bethany lo ha notado: le gusta eso en un hombre. " ¿Es este tu café?" pregunta Bethany. "No – sólo es por hoy" contesta. "Alguien se enfermó. Estoy en una agencia. Trabajo aquí – trabajo allá. Me viene bien". Él frunce el ceño como si estuviera pensando en algo. "Aunque, no me importaría ser dueño de una de estas cafeterías" dice "Hacer una fortuna en el verano, descansar en el invierno. La buena vida". Bethany piensa: él tiene razón – tu vida sería más sencilla. Aquí frente a Bexhill–on–Sea, trabajando duro la mitad del año, viajando la otra, haciendo las cosas que quieras hacer sabiendo que regresaras, ganar dinero, seguridad… ¿Cómo te llamas? Pregunta ella. "Carl", le contesta. "¿Carl qué?" Él la mira, con recelo. "¿Para qué quieres saber?" Bethany apaga su cigarrillo aplastándolo con su zapato. "Me gusta saber el nombre completo de las personas", contesta. "Las distingue". "Carl Trueman" le dice, algo tosudo . Bethany Trueman, piensa Bethany y al momento se enoja consigo misma – tiene que dejar de hacer eso, es ridículo. "Bethany Mellmoth" se dice. Carl Trueman extiende su mano y se saludan, ella encuentra este gesto formal extrañamente tranquilizador. "Bien, me tengo que ir", él le dice. "Tengo un turno por la mañana, adiós". El da dos pasos y luego gira. "¿Te quedarás aquí toda la noche?" "Quizá" dice Bethany. Él se quita la chamarra y se la entrega. "La necesitarás entoces" Bethany se pone de pie sorprendida. "Quedan dos cigarrillos en la caja. Regrésamela por la mañana. Seafront Brasserie sobre la avenida De La Warr". Le señala. "Más o menos una milla por ahí, te preparare el desayuno". Bethany se ha quedado sin palabras mientras toma la chamarra. "¿Traes tu móvil?" Pregunta ella. "Sólo necesito enviar un mensaje". Él le pasa su móvil y ella escribe a su madre: NO TE CASES CON DEMERSON ES UN PELIGRO. TE EXPLICARÉ. BETHANY. BESOS. Le regresa el móvil a Carl. "Te veré mañana", dice ella. "Gracias". Él se aleja. "Mantente cálida, Bethany" le dice, sobre su hombro. Mientras se aleja caminado, Bethany ve el destello en el mar. "¿Qué es ese brillo en el horizonte?’’ le grita. "Eso es Sovereign Light" le contesta. "La gigante plataforma del faro. De ahí que el café se llame así".

Bethany esta sorpresivamenet cálida en la chamarra de Carl Trueman con el gorro puesto. Recarga la silla contra el contenedor de esta modo puede descansar su cabeza contra él y abrazar sus rodillas contra su cuerpo. La orilla de piel de la capucha enmarca la mancha oscura de mar y cielo que encierran al faro Sovereign Light y ella cuenta los destellos constantes , deteniéndose después de cien, trata de recordar el nombre de aquél libro donde había un faro – un faro verde, recuerda – que tiene algún simbolismo relacionado la esperanza – símbolo de esperanza. Tal vez el Sovereign Light podría ser su bastión de esperanza, piensa vagamente, decide quedarse despierta hasta el amanecer, buscando en su bolsillo para agarrar uno de los dos cigarrillos que quedan de Carl. Puede que ella luzca tan cansada como él.

Bethany se despierta al amanecer con el sonido de un perro ladrando. Se mueve ligeramente, acalambrada, y nota que una mano se le ha dormido. Se masajea para que la sangre vuelva, se para y corre por el lugar por un rato, dándose cuenta de que le urge ir al baño. Hay un hombre en la playa con un pequeño perro y un detector de metales que agita suavemente sobre las piedras. De un lado al otro. "¡Buenos días!" el grita. "Buenos días, "contesta, por inercia, como si fuera común pasar la noche durmiendo en una silla de aluminio con una chamarra prestada afuera de un café en el West Parade en Bexhill–on–Sea. Si, piensa ella, y se encamina hacia el este, por la avenida, en dirección al Seafront Brasserie donde Carl estaría sirviendo el primer desayuno del día. Mataría por algo de tocino con huevos. Carl Trueman. Buen nombre, piensa – como el Sovereign Light Café. Ella sigue caminando, con más energía ahora, el mar plateado a su derecha, los primeros rayos de sol de la mañana golpeando las perfectas curvas hemisféricas de los cristales de la escalera del De La Warr Pavilion, dejando brillo estelar y diamantado bailando en sus ojos, por alguna razón siente que todo estará bien – ahora que está en Bexhill–on–Sea, Cuna del Automovilismo Británico, dirigiéndose por un desayuno servido por su nuevo amigo Carl Trueman – segura que todos su problemas se resolverán, eventualmente, de una forma u otra.


miércoles, 6 de junio de 2012

"Como Pedro por su casa"

Mamá siempre dijo que a las personas mal educadas nadie las quiere. A esa gente que no saluda, no sonríe, no  convive con los demás nadie los frecuenta y al final se quedan solos.
Y es justo lo que sucede con mi vecino al que llamamos Don Pedro: Nadie lo quiere. Don Pedro es un señor mal encarado, siempre parece enojado y nunca contesta un saludo; aún así yo me veo obligada a saludarlo todos los días cuando lo veo pasar y finjo que me responde con esa mirada de villano que tiene, luego se voltea y se mete en su taller a copiar llaves.

Mi papá, de algún modo, se lleva bien con Don Pedro. Siempre que mi papá necesita una herramienta, sale de la casa y toca la puerta de fierro del taller de Don Pedro, Don Pedro abre la puerta y le sonríe a mi papá, le invita a pasar, y a los pocos minutos, después de platicar, sale mi papá con la herramienta que solicitaba.
Yo no lo entiendo de verdad a mí ese señor me cae muy mal, no me gusta que me vea feo y que no responda mis saludos. ¡pero eso es poco! Lo menos me gusta de la actitud de ese señor es que entra a mí casa sin avisar. A veces no nos damos cuenta, pero aparece en medio del comedor o en el mismo taller de mi papá.
A mi mamá tampoco le gusta que ese señor entre  "como Pedro por su casa" y para evitarlo cierra con candado la puerta de entrada, de manera que si el señor viene a buscar a mi papá tenga que tocar a fuerza.
Pero papá se enojó con la actitud que hemos tomado, dice que tenemos que comprender que es una persona mayor y que seguramente cuando muera lo hemos de extrañar. Y yo de ésto creo poco.

Don Pedro tiene una esposa, a la que todos llaman Doña Lola, y es conocida por ser los ojos de la cuadra, no hay nada que no suceda sin que Doña Lola sepa. A veces la habilidad que ésta señora tiene para enterarse de las cosas me sorprende, ya que nunca sale de su casa, sólo es visible a través de la ventana que da a la calle.

Tras años de verlos a diario comencé a acostumbrarme a su presencia, a tal grado que ya no me molestaban tanto las actitudes que tomaban ante algunas cosas. Doña Lola era experta en el chisme y por la ventana siempre se le podía ver platicando con alguna vecina interesada en el acontecer de la calle.
Cuando yo llegaba de la escuela se podía ver a Don Pedro regresar a casa y siempre llamó mi atención u forma de bajar de la bicicleta: apoyaba todo su peso en el manubrio y equilibrando la bici con un pie sobre uno de los pedales levantaba el otro hasta colocar los dos del mismo lado hasta finalmente descender con la bicicleta aún rodando. Todo un arte. Bueno, yo lo consideré así porque me costó muchas caídas y tiempo aprender a bajar de la bici del mismo modo.

Fueron parte de mi infancia y pensé que siempre estarían allí. El día que Doña Lola dejó de aparecer por la ventana me di cuenta que algo andaba mal, en su lugar aparecía la "nieta" que hacía las veces de la chismosa de la cuadra y se la pasaba horas y horas platicando con las vecinas que buscaban información. No era tan grave la cosa ya que de fondo siempre estaba la voz de Doña Lola regañando a la joven chismosa, "¡Quítate de la ventana!" le gritaba y a veces la obligaba a correr la cortina para que nadie se atreviera a estar cerca. Pero todo estaba bien pues igual que todas las tardes veía llegar a Don Pedro directo a su taller, bajando siempre de tan singular manera.

Y un día simplemente ya no estaban. Doña Lola había sucumbido a su enfermedad y Don Pedro no pudo soportar su soledad, a pesar de que siempre pareció gustarle estar solo encerrado en su taller. Extraño llegar y encontrarlo a punto de salir o bajando de esa forma tan suya de la bicicleta. A veces sólo quiero pensar que está encerrado en su taller. Pero cuando caigo en la cuenta que ya no vendrá a buscar a papá me invade la nostalgia. Y a Doña Lola hace tiempo que supe que no volvería a aparecer más tras esa ventana...