domingo, 22 de febrero de 2009

SOÑÉ QUE...

Despertó después de aquella horrible pesadilla, jamás habría sido capaz de pensarlo, mucho menos de hacerlo pero parecía tan real que le intrigaba conocer la razón de su sueño. El día pintaba para ser grandioso pero él presentía que algo en su vida cambiaría y dejaría su inocencia en esa mañana maravillosa para dar el paso a un nuevo él. Perdido en la penumbra de su corazón, tardío ante una sonrisa miró con detalle a lo lejos el hermoso paisaje que le rodeaba, sin miedo se calzó sus viejos zapatos sepia, levantó la frente y dio tres pasos hacia delante.
Mientras salía de su casa, el pecho le dolía por los excitados latidos de su corazón, por la emoción desplegada ante la tenue luz de la mañana, cuando la emoción fue demasiada no resistió las ganas de correr y gritar, con tal de expresar la desbordante emoción que nacía en él, no sabía porque, pero sabía que sería un día especial.
Corría absorbido por la emoción cuando pasó... la veía a lo lejos, nunca había sentido lo mismo al verla, se había resignado a soñarla simplemente, pero sin lugar a dudas era ella, la mujer de sus sueños parada frente a un aparador.
Ella ni lo sintió, era tan distante de la realidad como la luna lo es del sol, mientras él se quemaba al imaginar su voz. Llanto intacto se volvieron sus ojos, quebrados por aquella belleza, una sonrisa a fuerza resopló en su rostro.
La brisa pegaba fuertemente en su cuerpo, como tratando de recordarle que estaba vivo, que estaba allí allí en ese momento, que él era la persona con la que había soñado siempre. Aquella escena era como una pintura, detenida en el tiempo.
Sus labios se movieron. En aquel momento murmuró algo al viento y ella lo escuchó, sus ojos se abrieron de tal manera que parecían desorbitarse. La joven un poco asustada se encaminó rápidamente en sentido contrario al muchacho y este se derrumbó al instante, pensó que nunca más podría tener una oportunidad como esa... tenerla tan cerca.
De pronto ella rodeó su cuerpo con sus brazos penetrando la esencia de su cuerpo en él. El tiempo se detuvo, el sol se apagó, murió para dejar nacer al sol agua, dónde habita el pez dorado. En esos instantes él creyó estar soñando, pero cuando ella se acercó a su oído y murmuró algunas palabras, supo que era real, él no sabía como había regresado, no le importaba, sólo disfrutaba aquel momento, dónde ella lo abrazaba por la espalda y murmuraba.
-¡Aldo yo también te quiero!...
FIN

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